domingo, 27 de diciembre de 2020

ORIGEN



 Mi amigo Francis lleva años sin ir al cine. Pese a que es uno de los mayores cinéfilos que conozco, tomó la determinación de verlo siempre en casa. Puedo entender su postura, aunque no la comparto del todo. Para mí, la experiencia de ir al cine es algo especial, pues en ella se unen el ambiente, el sonido y hasta el olor y el ruido de las palomitas.




Pues bien, algo parecido me ha pasado con esta exposición. Cuando uno ve en la pantalla del ordenador o en el teléfono móvil la pintura de Ángel Luis Iglesias, queda atraído por esa manera de representar a personajes reales o de ficción de una manera muy personal. Pero la experiencia de ver las obras in situ, colgadas en la pared de un museo y poder acercarse a ellas para apreciar los trazos realizados por su autor, es algo que uno no puede sentir si no lo vive en primera persona. En primer lugar, el formato de las obras  ya es espectacular de por sí, cosa que uno no puede apreciar en la pantalla. Y en segundo lugar, es una experiencia casi mágica acercarse a los cuadros desde la distancia que te proporciona una sala y descubrir como esas imágenes casi fotográficas se van descomponiendo en manchas y líneas , cual código indescifrable, según te acercas al lienzo. 











Si unimos, por tanto, la técnica, la originalidad y la destreza del autor para impactarnos con esos enormes rostros y retratos de personajes, la mayoría sacados en este caso del cine, que tan familiares nos resultan a los amantes del séptimo arte, la experiencia está asegurada.  







No creo que pueda convencer a mi amigo Francis de que vaya al cine, pero, si estuviera en Salamanca, me lo llevaría al DA2 a ver esta exposición y seguro que le encantaría.

                                          

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